miércoles, 21 de julio de 2010

EL Rey Muy Buena Historia


EL REY







La gente del Reino de Sadik rodeó el palacio de
su rey gritando en rebelión contra él. Y el rey
descendió la escalera del palacio portando su corona
en una mano y su cetro en la otra.
La majestuosidad de su presencia silenció a la multitud,
y, deteniéndose frente a ellos, dijo:
-Amigos míos, puesto que no sois más mis súbditos he aquí
que restituyo mi corona y mi cetro. Seré
uno de vosotros. Soy solamente un hombre más, como tal
trabajaré junto a vosotros y nuestra tierra
crecerá mejor. No existe necesidad de un rey. Vayamos, pues,
a los campos y viñedos y trabajaremos
lado a lado. Sólo debéis indicarme a qué prado o viñedo debo dirigirme.
Todos vosotros sois ahora el
rey.
Y el pueblo se maravilló, y el silencio los cubrió; pues el rey,
a quien juzgaran la causa de su
descontento, les restituía la corona y el cetro, y se transformaba
en uno de ellos.
Luego todos y cada uno siguieron su camino, y el rey se dirigió al prado
acompañado por un hombre.
Mas, el Reino de Sadik no marchaba sin un rey, y el velo de descontento aún permanecía sobre la
tierra. La gente gritaba en el mercado diciendo que debían
ser gobernados y que debían tener un rey
que los dirigiera. Y los ancianos y los jóvenes decían al unísono:
-Tendremos nuestro rey.
Y buscaron al rey y lo encontraron afanándose en el campo,
y lo llevaron hasta su trono
devolviéndole la corona y el cetro. Y así hablaron:
-Ahora gobiérnanos con grandeza y justicia.
Entonces llegaron hasta su presencia hombres y mujeres para hablarle
sobre un barón que los
maltrataba y de quien eran sólo esclavos. De inmediato el rey llamó
al barón ¡unto a él y le dijo:
-La vida de un hombre pesa como la vida de cualquier otro
en la escala de Dios. Y porque tú no
sabes pesar la vida de quienes trabajan tus tierras y
tus viñedos quedas desterrado y abandonarás este reino para siempre.


Al día siguiente llegó otro grupo hasta el rey y habló de la
cruel condesa del otro lado de las colinas,
y de cómo los había conducido a la miseria. De inmediato la condesa
fue traída hasta la corte y el rey también la sentenció al
destierro diciendo:
-Aquéllos que labran nuestros campos y cuidan nuestros
viñedos son más nobles que nosotros, quienes comemos el
pan preparado por ellos y bebemos el vino de sus lagares.
Y porque tú no lo sabes, dejarás esta tierra y
vivirás lejos de este reino.
Luego vinieron hombres y mujeres diciendo que el obispo
les hacía traer piedras y esculpirlas para
la catedral, mas no les había pagado pese a que
el cofre del obispo se hallaba repleto de oro y plata,
mientras ellos mismos se encontraban vacíos y hambrientos.

El rey requirió la presencia del obispo, y cuando lo
tuvo frente a sí, dijo:-Esa cruz que usas sobre tu pecho
debería significar dar vida a la vida. Mas, tú has tomado la vida y
devuelto nada, por lo que abandonarás este reino para nunca regresar.


Y así cada día, hasta el tiempo de luna llena,
hombres y mujeres llegaban hasta el rey para contarle
sobre las cargas que pesaban sobre ellos. Y cada día,
y todos los días de una luna entera, algún opresor
era exiliado de esta tierra.


El pueblo de Sadik estaba maravillado, y había alegría
en sus corazones.
Y cierto día los ancianos y los jóvenes rodearon la torre
del rey y pidieron por él. El descendió llevando la
corona en una mano y el cetro en la otra.
-Y ahora -les dijo-, ¿qué queréis de mí? Tened,
os devuelvo lo que vosotros deseasteis que yo
tuviera.
- ¡No, no! -gritaron ellos-. Tú eres nuestro legítimo rey.
Has limpiado la tierra de víboras y reducidos los lobos a
la nada. Hemos venido a cantarte nuestro agradecimiento.
La corona es vuestra
en majestad y el cetro es vuestro en gloria.
- ¡Yo no! -respondió el rey-. ¡Yo no! Vosotros mismos sois el rey.
Cuando me juzgaron incapaz y mal gobernante,
vosotros mismos erais incapaces e ingobernables.
Y ahora la tierra crece bien porque
está en vuestra voluntad el hacerlo.
Yo no existo sino en vuestras acciones.
No existe una persona
gobernante.
Existen sólo los que se gobiernan a sí mismos.
El rey retornó a la torre con su corona y su
cetro. Y los ancianos y los jóvenes tomaron su diferentes caminos sintiéndose felices.

Y cada uno de ellos se imaginó a sí mismo un rey con la corona en una mano y el cetro en la otra.

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